Lo primero que voy a decir es esto: Sweetpea no es una serie común. Y no lo digo por decir. Empieza como algo que crees haber visto antes: una chica joven, atrapada en una vida gris, con un trabajo aburrido, una relación en la que ya no se siente viva, y un entorno que parece empujarla a fingir, sonreír y seguir como si todo estuviera bien. Pero en cuanto entras en su mente… todo se rompe.
Rhiannon, la protagonista, no solo piensa cosas oscuras. Las hace. Y no, no estoy hablando de pequeños deslices o actos impulsivos. Estoy hablando de asesinatos. De rabia contenida que explota de forma brutal. De una chica que se siente tan fuera de lugar, tan rota por dentro, que empieza a tachar nombres de una lista con una frialdad que te deja helada.
Pero aquí viene lo extraño, lo contradictorio, lo que hace que esta serie sea brillante: no puedes dejar de empatizar con ella. No justificas lo que hace, claro que no. Pero la entiendes. Entiendes ese cansancio existencial, esa presión silenciosa que te aplasta, ese deseo de escapar de una vida que parece impuesta.
Y por si fuera poco, Sweetpea lo mezcla todo con un tono irreverente, irónico y hasta cómico. Hay escenas que te hacen reír y segundos después te dejan con la boca abierta. Esa mezcla de humor negro, crítica social y violencia emocional te sacude.
Ella Purnell hace una interpretación brutal. Rhiannon no es la típica “chica mala”. Es una mujer compleja, herida, sarcástica, contradictoria. Es peligrosa, sí, pero también frágil. La ves flotar entre el deseo de venganza y la necesidad desesperada de amor. Porque aquí entra otro elemento inesperado: el romance. Y no uno cualquiera, sino uno de esos que te hace dudar de todo. Que nace del caos, de la rabia, de la necesidad. Y aun así… funciona. Es tierno, crudo, imperfecto. Pero real.
La serie juega contigo todo el tiempo. Te hace creer que sabes hacia dónde va, pero no tienes ni idea. Justo cuando piensas que se va a calmar, ocurre algo que te deja con el corazón en la garganta. Y esa tensión constante, esa sensación de estar dentro de una mente impredecible, es adictiva.
Sweetpea habla del dolor silenciado, de la rabia femenina, del precio de fingir estar bien. Pero también habla del amor, de la culpa, del deseo de ser vista, de las máscaras que llevamos. Es incómoda, oscura, a veces excesiva… y al mismo tiempo, guau. No hay otra palabra. Guau.
Cuando terminó, me quedé sentada frente a la pantalla durante unos minutos sin saber qué hacer. No porque no entendiera lo que había visto, sino porque lo había sentido demasiado. Y eso, para mí, es lo que hace que una serie valga la pena.